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El batallón de Albuera tenía varias compañías desplegadas por todo el valle y una de ellas en salardú, muy cerca de donde cogen a este soldado desprevenido. Tal es así que aún lleva su fusil en la mano cuando se le abalanzan los guerrilleros, que le perdonan la vida conscientes de que puede ser uno de los suyos, pero sobre todos ellos pesa más el hartazgo de ver tantas muertes inútiles en años de guerra, y más si se trata de un joven que no tiene culpa alguna.
Aunque las instrucciones del mando son claras con respecto a la tropa de reemplazo (a la que hay que respetar en la medida de lo posible), tras horas de combate sin desmayo los ánimos están caldeados, así que el pobre se lleva un poco de meneo. Apenas un par de revolcones. Nada grave.

Al levantar el capote los hombres se quedan un tanto sorprendidos de ver el nuevo uniforme del reglamento de 1943, que confiere a este soldado una marcialidad de la que ellos carecieron en los tres años que duró la guerra de España, donde cada uno llevaba un poco lo que podía: pantalones y camisas kakis cubiertos con cazadoras de diversas facturas en los talleres colectivizados de Madrid, Barcelona o Valencia.
El joven está aterrado, así que hace todo lo que ellos dicen y después de un par de reprimendas el más veterano del grupo, un anarquista de Tarragona, le entrega la propaganda de la “Operación Reconquista” para que la lea. El miedo aún se refleja en su cara y según lee (o hace que lee) apretuja la gorra como si temiese que llegase lo peor en cualquier momento.

Los guerrilleros, embrutecidos por años de lucha, asisten a la escena con una sonrisa en los labios, pero en el fondo todos sienten verdadera pena del muchacho, que les acompañará cuando llegue la retirada. Es más seguro que dejarle tirado en la tierra de nadie.

Para entonces, la invasión del valle habrá fracasado y pronto llegará el momento de saldar cuentas entre las organizaciones que formaban parte de la UNE. Para el PCE, en cambio, no habrá marcha atrás en su intención de extender la lucha guerrillera a toda España. El maximalismo de su postura y su intransigencia le apartarán durante años del resto del exilio republicano. Una escenografía de Primera Linea y Sancho de Beurko.

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