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Carlos Iriarte

Agosto de 1936. Una encarnizada batalla se libra por el control de Irún. Está en juego el dominio sobre la frontera con Francia y de los suministros que por ella cruzan, vitales para la República. Obviando el peligro, un intrépido fotógrafo de apenas 24 años atraviesa el puente que conecta los dos países. Su objetivo es mostrar la resistencia que aquí se está llevando a cabo al mundo. Su nombre es David Seymour, alias “Chim”.

Invitado por los jefes de milicias visita las posiciones de primera línea, y en una de ellas dispara una fotografía que pasará a la Historia. Un grupo de entusiastas milicianos dispara un cañoncito, produciendo una nube de humo que da un aire napoleónico a la escena. Quien quiera ver en ella un símbolo de la desigualdad de la lucha, de la voluntad de los leales a resistir ante un enemigo más poderoso a pesar de que el esfuerzo pueda ser fútil, no tendrá que hacer demasiados malabares mentales.

No es de extrañar, por tanto, que cuando uno busca imágenes de la Guerra Civil Española ésta esté entre las primeras imágenes que aparecen. Y sin embargo, durante 87 años, el lugar exacto en el que se tomó ha sido un misterio.

Como historiador y aficionado a esto de las localizaciones, me propuse resolver la incógnita. Tarea difícil, ya que mi conocimiento del paisaje local era limitado. Pero por fin, dos años después, creo haberlo conseguido.

El proceso comenzó con un análisis del paisaje. El terreno montañoso descartaba la zona del valle del Bidasoa, en la que se libraron fuertes combates, pero tampoco servía para precisar demasiado la localización, dado lo agreste de la zona en general. La construcción que se divisa en lo alto de la colina del segundo plano acabaría siendo clave en la identificación del lugar, pero por el momento resultaba imposible precisar su identidad.

Podía descartarse que se tratase de un caserío por hallarse éstos en lugares más resguardados y cómodos, quedando abiertas dos posibilidades: una ermita o una construcción defensiva.



Tren blindado republicano a orillas del Bidasoa, visto del lado francés. Por aquí se encontraba el cuartel de carabineros de Puntza, en torno al que se libraron algunos de los combates más intensos de la Batalla de Irún.

La ermita de San Marcial, conocida por su papel protagonista tanto en estos combates como los de 1813 y 1874, no encajaba con la morfología del edificio de la foto. Tampoco la orografía parecía coincidir.

Quedaba, por tanto, la construcción defensiva como principal hipótesis. Sin embargo, la lista de fortificaciones de la región es extensa. La mayoría pertenecen al período posterior al asedio carlista de 1874, en el que fueron construidas como medio para el control del territorio fronterizo y como prevención ante un nuevo levantamiento. Cabe destacar el fuerte de Pagogaña, que junto a las lomas del inacabado fuerte de Erlaitz controlaban el acceso a San Marcial e impedían el enlace entre las fuerzas que avanzaban por el Bidasoa y las que operaban en el entorno de las Peñas de Aya desde Oyarzun.

Fue otro de los detalles de la instantánea de Chim el que me dirigió a esta zona: el cañón. Se trata de un vetusto Cañón de Montaña Krupp Modelo 1896, quizás procedente del Fuerte de Guadalupe 1. La movilidad de este tipo de piezas las hacía muy útiles para los combates que se estaban librando por el control de las alturas dominantes, y los milicianos no dudaron en cargarlas hasta las propias posiciones de primera línea. Algunas de ellas fueron capturadas por los requetés en la toma de Erlaitz, por lo que la zona parecía prometedora.

Además, el pequeño cañoncito enlazaba con otra pista. Los fondos de la BNE contienen una fotografía de otro grupo de milicianos con una pieza idéntica, y que el reverso localizaba en la zona de las Peñas de Aya. Tras una consulta de la excelente obra de Juan Antonio Sáez García 2, el mayor experto en fortificaciones guipuzcoanas, el ya mencionado fuerte de Pagogaña se presentaba como probable localización, ya que sus características constructivas parecían coincidir con las del edificio que asoma a espaldas de los milicianos.

La primera visita al lugar confirmó las sospechas. No sólo coincidía la construcción, sino también el fondo. Incluso la trinchera desde la que posa el grupo seguía siendo evidente.

El cañoncito del fuerte de Pagogaña. Hoy en día es una ruina comida por las zarzas, pero la trinchera construida en el verano del 36 aun es claramente discernible. Al fondo, la silueta del monte Larrún.

No obstante, el misterio de la foto de Chim seguía sin desvelarse. A pesar de buscar ángulos similares en el entorno, tratando de alinear el fuerte con el lugar que ocupa la construcción en la composición de Seymour, no hubo suerte.

Con el final del verano a la vista, la investigación se congeló. Quizás no había información suficiente y averiguar el lugar iba a ser imposible. Así lo pareció durante varios meses, hasta que el azar hizo una de las suyas y me topé con un documento excepcional. Se trataba de imágenes de un noticiero soviético en las que aparecía, en movimiento, la misma escena capturada por Chim. Además del disparo del cañón, captado desde un ángulo muy similar, muestra el emplazamiento de la pieza por los milicianos. La similitud de las tomas, algunas idénticas excepto en formato, confirma que la pareja soviética visitó la posición a la vez que Chim. Pero lo que es más importante, en el fondo se aprecia la silueta inconfundible del monte Jaizkibel. Había estado buscando en la zona equivocada.

Los recuerdos del camarógrafo soviético Boris Makaseev 3, que llegó el 23 de agosto a Irún junto a Roman Karmen, confirman la autoría de las imágenes y describen su rodaje:

“El escenario de filmación [San Marcial] era bastante inusual para nosotros en ese momento. Tuve que rodar acostado boca abajo y boca arriba, de rodillas y literalmente encorvado... Era imposible rodar de pie: las balas silbaban sobre nosotros constantemente. Todo el mismo día (cuando lo piensas, parece interminable).

El segundo día de nuestro trabajo en España, filmamos la cena de soldados, el combate, las trincheras y bajamos un poco más abajo: donde estaba artillería republicana, que consistía en un solo cañón, pero uno muy interesante. Era viejo, podría haber sido el orgullo del museo de artillería. El calibre de los proyectiles no coincidía con el calibre de la pieza. El viejo cañón brincó, se balanceó, pero hizo su trabajo, y aunque el proyectil voló no dos kilómetros, sino solo 500 metros, no se le pidió más. Filmamos el funcionamiento de este cañón.”

https://www.youtube.com/watch?v=0URIA2rNnNk

Fotograma de la película de Makaseev y fotografía de Chim publicada en Regards.

Con esta información quedaba descartado el entorno de Pagogaña, pero la búsqueda de nuevas fortificaciones rápidamente dio sus frutos. Las torres de Zubelzu y Elatzeta, levantadas hacia 1876 en los montes que dominan la carretera Irún-San Sebastián, se sitúan frente a Jaizkibel, con el llano de Irún de por medio. San Marcial se sitúa a dos kilómetros y medio al NE, formando una línea de alturas frente a la ciudad fronteriza. Su importancia se confirmó en las últimas fases del asalto rebelde, cuando las fuerzas republicanas levantaron aquí un último cinturón defensivo.

Torre de Zubelzu. La de Elatzeta era idéntica, aunque se encuentra en mejor estado de conservación.

Un vistazo mediante Google Earth reveló numerosas similitudes en la configuración del terreno. Jaizkibel domina el paisaje hacia el norte, y la colina sobre la que se levanta la torre de Elatzeta presentaba una forma muy similar a la que puede verse en la fotografía de Chim. Ésta parecía haberse hecho desde las alturas cercanas a Zubelzu.

Otra fotografía, de autoría por ahora desconocida, pero hecha en el mismo lugar, sugiere que el emplazamiento del cañón no estaba en la colina inmediata a la de Elatzeta (es decir, en la que se ubica la torre de Zubelzu), sino en la altura anterior (Altamirako Gaina, de cota 185).

Fotografía de autor desconocido. Se aprecia, a mano derecha, la misma colina de la foto del cañón. El humo del disparo obscurece la colina de la izquierda, que se trata de la de Zubelzu.

Con esta información, sólo quedaba explorar el terreno. Partiendo del barrio de Lapitze iniciamos la ascensión. Inmediatamente, al mirar al Oeste, asoma la colina de Elatzeta. La silueta ya se asemeja mucho a la retratada por Chim. A media ladera nos topamos con un nido de ametralladoras de la Línea P, que confirma la importancia táctica del lugar.

Vista antes de ascender a Zubelzu. Una comparativa con la foto de Chim ya revela rasgos familiares.

Fortín perteneciente a la Línea P.

La vertiente norte está cubierta por una masa boscosa que impide la vista, pero una vez alcanzado el alto nos topamos con una zona de pasto junto al camino. A nuestra izquierda se encuentra la altura de Altamira, apenas un mogote coronado por una casita.

Altamirako Gaina. El cañón se encontraba en el lugar ocupado por el edificio.

Desde el alto desciende una suave loma, que poco a poco vuelve a ascender hasta llegar a la torre de Zubelzu. Detrás, y a su derecha, se eleva el monte Elatzeta, y si el bosque no la ocultase, divisaríamos la torre homónima en lo más alto. Siguiendo en la misma dirección el terreno desciende onduladamente y finalmente se impone el macizo de Jaizkibel.

La comparación in situ con la fotografía confirma, con poco lugar para dudas, que se trata del lugar que pisó Chim aquel agosto de 1936. El trabajo ha merecido la pena, aunque la vegetación y la propiedad que ocupa la cima dificultan la tarea de reproducir el ángulo exacto en el que se tomó la instantánea.

El terreno frente al alto de Altamira. Chim probablemente trabajó unos metros más atrás.



Antes y ahora. 87 años entre medias.

Comparativa del relieve entre una instantánea de Makaseev y el terreno en la actualidad. A pesar de la exageración de la curvatura del terreno, se pueden apreciar los mismos rasgos principales del terreno en ambas fotografías. En lo alto de la colina resaltada en rojo se encuentra la torre de Elatzeta, hoy tapada por los árboles pero visible en 1936.

Son estos momentos los que le recuerdan a uno que no fue un grave error el dedicarse a la Historia. Y no solo por las sensaciones que producen, sino por las puertas que abren. Pisar sobre las huellas del fotógrafo permite disolver parcialmente los márgenes de la fotografía y salirse del marco. De repente, la instantánea deja de ser un documento aislado y entra en un contexto tridimensional. Ya no es un grupo al azar de milicianos disparando a la nada, o un mero “posado”, como dirían algunos despectivamente. Aunque por ahora permanecen anónimas, ya podemos precisar que son defensores de Zubelzu; y por tanto, que no eran precisamente modelos de revista.

Apenas cinco días antes de la visita de Makaseev (y probablemente, de Chim) a la posición, el 19 de agosto, las tropas rebeldes lanzaron una serie de fuertes asaltos a las alturas con la intención de cortar las comunicaciones con Pasajes y San Sebastián. De haber tenido éxito, la conquista de Irún se habría producido mucho antes. Pero no lo tuvo. Los defensores, posiblemente los mismos que aparecen en las imágenes, combatieron durante todo el día y contraatacaron repetidas veces hasta que el enemigo fue rechazado y se vió obligado a retirarse a sus posiciones de partida. Lo encarnizado del combate se deja entrever en el hecho de que los rebeldes fusilaron a los veinte prisioneros que tomaron, una vía común para paliar la frustración derivada del fracaso o las elevadas bajas en situaciones similares 4.

La importancia de las posiciones de Zubelzu resumida en dos fotos: en ambas se aprecia el alto de Altamira, seguida por San Marcial, y más allá, territorio Francés. Hacia el sur, a mano derecha, las estribaciones de las Peñas de Aya. A la izquierda la llanura de Irún y Hendaya. Las posición que inmortalizó Chim era la última defensa ante la ciudad.

En definitiva, sí, puede descartarse que estas imágenes se tomaran en medio de un contraataque real. Y sí, estas personas seguramente están posando para la cámara. Al fin y al cabo, es difícil hacer una fotografía nítida y llamativa (especialmente teniendo en cuenta que van a ser distribuidas en periódicos y revistas con un formato y resolución reducidos) en medio de una verdadera situación de vida o muerte. No en vano, esta clase de imágenes son las que han perdurado en la memoria hasta el presente. Pero sus protagonistas son individuos que han experimentado combates reales muy recientemente, y que en cierto modo están recreando lo que han vivido ante el fotógrafo.

En este sentido, aunque esta clase de documentos gráficos no muestran “la realidad” desde nuestra perspectiva actual, no puede afirmarse que sean meros engaños. El momento capturado por Chim inmortaliza a personas que experimentaron de primera mano aquella lucha. Y cuando actúan para la cámara, no lo hacen como intérpretes formados en las artes dramáticas, sino como combatientes forjados en la lucha. Los límites impuestos por la fotografía, y lo que el público de aquel entonces esperaba de ella, moldearon estas experiencias para crear un producto estético. Pero como puede verse, ese producto contiene suficientes fragmentos de los eventos de agosto de 1936 y de sus protagonistas como para poder analizar y comprender mejor este episodio del pasado.

Por otro lado, contribuye a poner en valor el trabajo de Chim, Makaseev y otros que pusieron en peligro sus vidas para enseñar al mundo lo que ocurría en España. A todos ellos va dedicada esta humilde contribución.

Boris Makaseev, tras la cámara, rodando imágenes en Cibeles durante la defensa de Madrid.

David Seymour “Chim”.

NOTAS

1 Las baterías del fuerte no usaban este tipo de piezas, pero en él se almacenaba artillería.
2 http://bertan.gipuzkoakultura.net/files/pdf/18/18.pdf target="_blank"
3 Boris Makaseev, “En la España Revolucionaria” (Moscú, 1938).
4 http://www.gipuzkoa1936.com/verano3-e.php

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